viernes, junio 02, 2006

8º.- La sonrisa del Capitán

POST: La sonrisa del Capitán
AUTORA: Montse, del blog Una sonrisa
NOMINADO POR: Izan, por que me parece que es de lo mas bonito y triste a la vez que he leido en mi corta vida...

Mañana, 28 de mayo hace 21 años que se fué el Capitán. Mi hermano. Tenía una sonrisa preciosa, tal vez fué el el que me enseño a sonreír. Dejo aqui este recuerdito, posteado en Febrero, para que lo releáis y le recordeís conmigo un poquito.

Era un tío genial, que iba a su rollo. Y cuando se fué tenia 28 años. Pero desde dónde esté, seguro que le gusta que os regale con su sonrisa, aquella del día que le sorprendí con su cámara mientras se estaba lavando la cara...
Cinco días después de mi llegada tú cumpliste los 13 años.
No recuerdo cual es mi primer recuerdo en el que salieses tú.
Siempre estuviste. Estás en todos.
También estaban “ellos”, los otros, pero de otra forma… Ellos no me consentían como tú. Ni me mimaban, ni me traían manzanas de caramelo de la feria, ni nubes rosas de algodón.
Ellos me tiraban de las trenzas, y me echaban sal en la comida… tú no. Tu sabías que me gusta sosa.
Tu me dejabas chupar a morro de la lata de leche condensada. Tú me dejabas tomar un sorbito ("uno solo, eh?") de tu prohibido café con leche. Que rico, tu café.
Tu me cogías en brazos cuando llegaba llorando y te llamaba “Totoooo”.
Tú me dejabas meterme en tu cama los domingos por la mañana.
Y me dejabas tocar todos los cromos de tus álbumes “Las Maravillas del Universo”, con los rascacielos mas altos, las plantas más raras, los mamíferos más grandes, y me contabas todas las cosas.
Toto, los tengo yo, todos tus libros. Me los traje a mi casa cuando me mudé. Te gustaría mi casa. Aquellos tan bonitos de Tagore y Gibran, que aún tienen tus notas y tus páginas marcadas. Mi primera enciclopedia, la Universal Herder... tú pusiste mi nombre en la primera hoja, el primer día que la llevé al cole, con tu letra elegante. Me enseñaste a buscar palabras... Tu enciclopedia Álvarez de primer grado, el Atlas, el libro de Las Razas del Mundo… a ése se le ha caído la tapa, y una de las páginas, donde salía una esquimal preciosa, está suelta. Pero por nada del mundo me lo hubiese dejado en casa.
La Biblia grande, aquella que no me dejabas tocar, que tenía los lomos de oro y la primera letra de cada párrafo tan mayúscula y de colores (“las letras son de pan de oro”, me decías). Esa no.
Recuerdo como te miraba merendar… el pan te crujía entre los dientes al morder, y a mi me gustaba tanto escucharlo, que entonces sí que quería merendar. “¿Qué es?” Y tu te reías, me dabas un trozo y me ponías música de Camarón… en tu tocata de luces de colores. Lole y Manuel, Llach, Triana, Raimon, María del Mar Bonet (“Que volen aquesta gent?)”, el Zíngaro, y Serrat… todos sonaban, y tu y yo cantábamos. Aquellas tan raras, aquellas que no me acabaste de enseñar cuando te fuiste. ¿Cómo eran? Si… Jethro Tull, Judas Priest, Jimi Hendrix… que rara era esa música, Toto. No me enseñaste a quererla…
Luego, cuando te fuiste, me quedé sola. Mi hermano, el que te seguía, quiso ser el capitán. Pero que va! Yo ya tuve un Capitán. No se puede sustituir un cargo así… quedó desierto. Creí que era temporal. Pero no, quedó desierto para siempre.
La gente dice que te fuiste por tu mala cabeza. Por tus ganas de volar, por tu juventud… no sé. Y la verdad, me da igual. Si volaste con tus alas, o con las alas que buscaste en otras hierbas.
Me da igual. No me importa. Nunca hice preguntas. No quiero respuestas.
Tu juventud no fue nada convencional. Cuando parecía que echabas raíces en otra familia… de pronto diste una voltereta, tres saltos mortales y te echaste a volar. Lejos, a muchos lugares.
Me mandabas postales preciosas, donde me decías que estudiase mucho, que no me juntase con gente rara, y que quisiese a tu hija. Tu hija… sólo tiene 8 años menos que yo… y es más guapa, Toto... Y la quise y la quiero, porque es un trozo de ti, pero sin ti...
...
Recuerdo el último día. Yo era ya una mujercita de 15 años. Te trajeron en avión. Mamá y papá no querían dejarte allí, tan solo. Yo te vi… tu a mi no. Tenías los ojos cerrados. Dentro de aquella caja, una ventanita de cristal, pequeña, solo enseñaba tu cara, y una cicatriz maquillada en la frente.
Tus amigos, los del barrio, no quisieron que te llevase el coche gris. Ellos te llevaron a hombros hasta aquel agujero en la pared. Recuerdo, entre lágrimas, que se empujaban unos a otros por llevarte, todos querían llevar tu caja, Capitán.
Mamá lloraba arena, porque no le quedaban lágrimas.
Papá tenía los dientes tan apretados, tanto, que se le marcaban las mandíbulas…
El Padre Alejandro, al que yo no conocía, justo había llegado de Méjico, a pasar unos días. Un día vino a comer a casa, y nos contó cosas preciosas de ti.
No sé dónde estarás, Capitán. No se siquiera si estarás, si eres… me da igual. Mientras yo soy, tu eres un poco. Cuando yo no sea, ni mamá, ni todos los que te quisimos, entonces ya no serás. Sólo entonces…

AÑADIDO: Quiero que todos los que me leáis sepáis que no estoy triste. Fué hace muchos años, y se asimiló poco a poco. Es cómo una herida, que cicatrizó. Es al contrario, recordar a mi Capitán me gusta, no me duele. Si, lloré, pero eso fué cuando no lo entendía... Mi Capitán vivió en sus 28 años mucho más que mucha gente en 70. Vivió, intensamente. Algún día contaré una de las muchas historias de la corta vida de mi Capitán... si me atrevo! Era un puntazo de tío!
En un homenaje, la sonrisa de mi perfil es hoy la de mi capitán.

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