sábado, julio 01, 2006

Las fases de Luna. Nº 1 nominado


Nominado: Socia Nº 62 Rocio de Segovia
Autora: Clara Estrella de su blog "Che Café (charlas informales desde argentina)


El siempre tranquilo y prolijo jardín trasero de la abuela se había convertido de pronto en un excelente y amplio espacio para que mis dos sobrinos y mi hijo jugaran a la pelota, perseguidos de aquí para allá por mis dos perras "casi" ovejeras y sus cinco pequeños y traviesos cachorros. Los miraba cada tanto desde la pequeña buhardilla, para controlar que no rompieran las flores, pues había decidido subir sola para separar las cosas importantes arrumbadas allí desde mi niñez y ayudar a mi madre a deshacerse de las demás.
Seguramente ellos hubieran disfrutado hurgando en cada caja, en cada bolsa, en cada rincón, pero la tarea me hubiera demandado el doble de tiempo y preferí subir sola.
En realidad ya había pasado una hora y nada había logrado desechar todavía. La caja de juguetes preferidos la bajaría para mi hijo y mis sobrinos. Allí, entre otros, estaban los rompecabezas de cubos de madera, que tanto había armado y desarmado en mi niñez; los de encastre, con sus colores fuertes y sus dibujos llamativos; el dominó de animales, el Scrabel y el Boggle de cuando ya era un poco mayor...
Ahora, ya hacía quince minutos que revisaba mi gorda carpeta amarilla de la salita de cuatro años. Sujetaban sus hojas un gran moño de tela cuadrillé naranja y en la tapa, una tortuga de muchos colores, con la que Paula (mi señorita de entonces) la había adornado, sonreía plácidamente dándole la bienvenida a los curiosos. Adentro, las canson dibujadas con garabatos irreconocibles al comienzo, iban mostrando mis adelantos a medida que iba creciendo y madurando. Rasgos más precisos, cartulina y papel glasé mejor cortados, alguna que otra palabra escrita en imprenta y mi nombre cada vez más firme y seguro en el borde superior de las hojas. También los fideos pegados, la yerba con sus tronquitos descoloridos, los fósforos quemados que habían dejado sus caminitos negros en la original hoja impecable iban siendo más prolijamente pegados a medida que el año avanzaba.
Veinte años habían pasado. Sin embargo podía cerrar los ojos y evocar esas tardes soleadas en la salita amarilla, los cantos infantiles, a Celina y a Yago disfrazados de gnomos para la fiesta de fin de curso...
De pronto, una foto resbaló de entre las hojas. Me vi un poquito mayor, nueve años, tal vez?, jugando con Luna, mi primera perra entonces cachorrita. Desvié la vista hacia la entrada del desván y allí estaba ahora con sus quince años a cuestas que le habían llevado la energía de su juventud.
Yo, la veterinaria que aconsejaba sacrificar a los animales sufrientes o muy viejitos, no me decidía hacerlo con la mía, a pesar de saber que sería necesario por su propio bien. Su displasia le provocaba que su cadera y sus patas no respondieran como antaño, su mirada había perdido el brillo y la vivacidad, todos sus sentidos iban declinando día tras día. "Luna Menguante", le decía ahora yo, esperando y a la vez temiendo a la Luna Nueva.
¡Recuerdo tan nitidamente aquella tarde que llegó a mi vida!. Salíamos de la práctica general de la Primera Comunión que sería al día siguiente. En la ancha vereda de la Capilla estaba un muchachito cuatro o cinco años mayor que nosotros, con seis hermosos cachorritos de no más de un mes dentro de una gran caja de cartón, tratando de que fueran adoptados por los chicos que salían de allí.
Celina, Yago y yo, fuimos los primeros en acercarnos a mirarlos. Eran tan graciosos, tan juguetones, trepándose entre ellos para asomarse al borde... Parecían bolitas peludas, algunos muy negros, otros manchados de marrón, dos marmolados en beige y blanco. Pensé qué diría mi mamá si me aparecía con un perrito en mi casa y desistí de mi tentación
Celina pronto eligió uno. Hacía poco que se le había muerto el perro de su mamá y sabía que no tendría problemas en adoptarlo. Yago, siempre tan maduro y responsable, decidió cruzar primero a pedir permiso a su madre, quien, como recién se había divorciado, pensó que su hijo podría beneficiarse con la compañía de una mascota y lo autorizó a llevarlo.
Cuando regresamos en trìo en su busca, sólo quedaban dos. Yago eligió uno y lo levantó en sus flacos brazos.
El que quedaba en la caja me miraba y se estiraba tratando de que lo alzara. Me debatía entre llevarlo y no hacerlo. "Dale", decía Celina "Tu mamá te va a dejar tenerlo", mientras Yago acariciando el suyo y trepándose los anteojos que se le deslizaban por su pequeña nariz sugería: "Mejor preguntále primero a tus padres. Un perro no es un juguete que lo podés devolver, ni bien lo abrazás te empieza a querer y después va a sufrir".
El muchachito, que ya casi había logrado repartirlos a todos, viendo que sus amigos se acercaban a buscarlo para ir a jugar al fútbol, me dijo: "Llevátelo, cualquier cosa vos se lo regalás a otro chico".
Por fin lo tomé en mis brazos y nos fuimos los tres caminando, felices, apretando contra nuestro pecho la pequeña gran adquisición y pensando cómo bautizarlos.
Celina, la más decidida e impulsiva del grupo, propuso casi autoritariamente: "Ya sé, le pondremos :" Sol"," Luna" y" Estrella". "Elijan". Me quedé con "Luna". Y esa noche durmió bajo las estrellas, dentro de una caja con ventanitas que escondí en un rincón del jardín, mientras pensaba cómo decirle a mi mamá.
La idea surgió de pronto. Mañana tomaría mi Primera Comunión y ése sería el especial regalo que les pediría. Decidí desayunar bien temprano con mis padres para poder convencerlos con un montón de argumentos aprendidos de memoria. No hicieron falta. No vieron tan descabellada la idea, entonces salí corriendo al jardín en busca de "Luna", que ya había roto la caja y se disponía a corretear por el cuidado césped.
Mamá, que ya había notado mis extraños movimientos por el jardín el anochecer anterior, sólo esperaba ver cómo iba yo a encarar y resolver la situación. Salió para el fondo con una sonrisa alegrándose conmigo por la llegada del simpático nuevo miembro de la familia, mientras Luna lamía amigablemente mi cara dándome feliz los buenos días.
En los quince años que habían pasado, muchas veces había parido y las últimas generaciones que ahora ladraban y corrían por el jardín trasero me la recordaban en sus distintas etapas.



Sin duda fue "Luna" la que me indujo a estudiar veterinaria. Adoraba los ratos que pasaba junto a ella y asistía embelesada cuando nacían sus crías. Cuando la médica veterinaria en los primeros partos le ayudaba a romper las bolsas y le acercaba los pequeños cachorros para que ella, con sus dientes, le cortara el cordón y lo lamiera limpiándolos, lejos de asustarme, permanecía atenta y feliz ayudando a la doctora que me pedía le alcanzara cualquier cosa permitiéndome sentirme importante al participar del alumbramiento.
Mi niñez, mi adolescencia y mi juventud fueron transcurriendo plácida y serenamente, con ella a mi lado festejándome en cada llegada, despertándome con un lamido cada mañana, ladrando celosa a mis amigos cuando venían a buscarme para salir.
Mis padres fueron felices testigos de mi decisión por la carrera elegida, alentándome siempre al ver mi pasión por los animales, sabiendo que la elección era la correcta.
Recién recibida me había casado con un médico veterinario y nos habíamos ido a vivir a un pueblo cercano dónde teníamos posibilidad de trabajar con animales grandes y pequeños.
"Luna" nunca se separó de mí. Incluso en estas pequeñas escapadas a la casa de mis padres, siempre la traíamos junto con sus camadas de nuevas generaciones.
El llamado de Celina la semana anterior era para citarme para este fin de semana, en ocasión de la despedida de soltero de Yago.
Ella enseguida de recibirse de periodista había conseguido trabajo en una importante revista para mujeres y su vida era ahora un eterno empacar y desempacar pertenencias para cubrir especialmente modas y desfiles en las más importantes ciudades del mundo. Tal cual se perfilaba su personalidad desde pequeña, aquella iniciativa, autoridad, impulsividad ariana se fue exacerbando día a día permitiéndole avanzar rápidamente en su profesión.
También Yago, el eterno intelectual, con su forma concentrada, idealista y pensante, "Acuariano loco" como le decíamos nosotras, siempre responsable y reservado, cuestionándose el porqué de la mínima cosa, encontró en la filosofía su exacta carrera. Así hoy, dedicaba su vida a la investigación, escribiendo sobre metáforas y metafísica.
Hasta los diecisiete años nuestras tres vidas corrieron paralelas en la misma ciudad. Amigos inseparables recorríamos juntos las playas temprano en las mañanas, mientras " Sol", “Luna" y "Estrella" se nos adelantaban, metiéndose en el mar, jugando y trepando entre los médanos. Buscándose y peleándose como buenos hermanos, sus vidas transcurrían tranquilas y seguras como las nuestras en pos de la madurez.
Sin duda, "Luna", la más prolífica, era hoy la más degastada de los tres longevos animales. Lo noté esta mañana en la playa. Su andar era menos ágil que el de sus hermanos, más pesado, más lento. Pero se veía tan feliz reconociendo y olfateando los antiguos lugares recorridos tantas veces acompañada por “Estrella”, “Sol” y por nosotros, sus queridos dueños...
Una comunión especial nos embargaba a los seis. Sentimientos de amistad, confraternidad, apego, devoción... La alianza era y sería siempre invisible e invencible. Al día siguiente al volver a separarnos cada uno esperaría el siguiente encuentro con la misma gran intensidad, llevándonos el recuerdo de estos dos días compartidos.
El domingo amaneció lluvioso y gris. La idea era partir lo más temprano posible, a pesar de haber trasnochado por el festejo. Mi esposo nos esperaba en el campo al mediodía.
Miré hacia el jardín y algo me inquietó enseguida. Las dos perras con sus cachorritos permanecían echados y callados al lado de "Luna", mientras ésta yacía inmóvil en el mismo lugar donde yo la había escondido la primera noche que llegó a éste, su querido hogar Sentí un vuelco en mi corazón y corrí escaleras abajo
.
Las cuatro fases de Luna habían concluído. Con mis lágrimas brotando descontroladas agradecí a Dios sus quince maravillosos años de compañía y lealtad y por sobre todo el no tener que haber sido yo quien determinara su final.
Los cachorritos saltaban ahora sobre mis pies alentándome a seguir viviendo y tratando de consolarme con sus incondicionales cariños.

A Macaria en su cumpleaños con un beso muy muy grande y esperando su pronto regreso!!

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