viernes, septiembre 01, 2006

Un bar en las afueras del pueblo Nº 6 nominado

Nominado por: Benigno Berberecho (72)
Autora: Macaria Corleone, editado el dia 23, en su blog "
Macaria quiere ser una maruja"
Motivo: No especificado
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Va por ti


Este post está dedicado a alguién muy especial. Ayer volvió a escribir, por fin. Hacía días que no nos contaba nada y , por fin, se ha decidido. El relato es bastante largo, por eso he pensado hacerlo en dos entregas. Obviamente me lo ha inspirado él, asi que gran parte del mérito es suyo. No voy a poner su nombre porque él ya lo sabe. Y los demás, como dice el dicho: a buen entendedor con pocas palabras bastan. Pues eso, que estoy segura de que sabeis a quien le regalo el post, y a los demás espero que os guste.

Ya era tarde. No quedaba mucho para que cerraran. Quedaban pocos clientes. Los rezagados de siempre, los habituales y aquel tipo que había estado un par de veces más. Ella le observaba con disimulo mientras colocaba los vasos en la barra.
El acostumbraba a sentarse al final mientras se bebía su cerveza en silencio y no parecía mirar a ningún sitio. Siempre estaba serio y pensativo y a ella eso le intrigaba. No en demasía pero lo suficiente.
Sirvió la ronda que le pidieron y se dispuso a cambiar la música. Él la miró y la hizo un gesto. –Otra cerveza- le dijo sin mirarla a los ojos. Ella se sonrió levemente y se la sirvió.
Mientras apuraba la cerveza sus dedos tamborilearon sobre el mostrador siguiendo el ritmo de la música. El bar se fue vaciando. Apenas quedaban cuatro personas, la camarera y él.
Mientras derramaba ginebra barata por el mostrador gritó que era la última ronda que servía. Agarró una bayeta y se puso a frotar la barra. Él la miró perplejo y ella le dijo con una carcajada –esto es lo mejor para desinfectar-. –Recuérdame que nunca pida de esa ginebra- contestó él.
Entonces ella sacó dos vasitos cortos y agarró una botella de Jack Daniels y sirvió dos chupitos. –La casa invita- dijo, mientras apuraba de un sorbo el bourbon. Él hizo lo mismo y entrecerró los ojos cuando sintió como el líquido le abrasaba la garganta.
-No te apures, con el tercer trago, va como la seda- y por primera vez él se fijó en su sonrisa mirándola de frente.
No era muy dado a hablar. Era la tercera vez que iba a ese bar. Estaba a las afueras del pueblo y no solía frecuentarlo. Demasiado alejado para tomar una caña, pero a veces era lo que buscaba. Estar algo lejos. No conocía a ninguno de los que frecuentaban el garito, aunque bien pensado no conocía a nadie en realidad.
La camarera le resultaba agradable. En realidad le daba pavor mirarla. Ella parecía darse cuenta de todo y él no quería que pensase que la devoraba con los ojos, así que prefería no mirarla. No le resultaba fácil hablar. Nunca sabía que decir, ni elegir las palabras exactas y tampoco tenía mucho que contar.
Pero aquella noche, contra todo pronóstico, la tía más guapa del bar había preferido su compañía y su escasa conversación, a la charlatanería ruidosa de todos los que estaban allí.
-Me llamo Mara.- le dijo mientras servía otro par de chupitos. Dejó la botella junto a los vasos y agarró un taburete para sentarse junto a él. – A qué te dedicas?-
-A nada en especial, un curro de mierda, ya sabes. Lo normal – contestó él, mientras apuraba el segundo chupito. Y la conversación transcurrió de una manera fluída. Ella le contó que no era de allí. Había dejado su pueblo harta de ver las mismas caras y las mismas calles y estaba de paso. Ganando algo de dinero mientras decidía a donde quería marcharse y que hacer. Le dijo que no tenía prisa, que ya encontraría las respuestas.
Él la escuchó atento. No se perdió uno de sus gestos mientras pensaba para sí que aquella tía era realmente atractiva, que tenía algo. No era una jovencita pero tenía un aura especial. Le encantaba mirar como movía sus manos mientras hablaba. Él no le contó mucho. Tampoco tenía mucho que contar pero fue sincero. Le habló de que ese pueblo era el sitio del que probablemente no saldría. Le contó que estaba cansado de esa inactividad, del aburrimiento, de lo cotidiano pero que aún no había encontrado las fuerzas para hacer el petate y salir a buscar aquello que quería.
Cuando quisieron darse cuenta llevaban más de dos horas de conversación. Entonces ella se levantó y dijo: -Hora de cerrar.
Él agarró su chaqueta y se levantó lentamente. Demasiado bourbon para él. El suficiente para soltarle la lengua pero no para hacerle caer. –Pues ha sido un placer- le contestó mientras se dirigía hacia la puerta.
-Oye, conozco un sitio donde sirven la mejor última copa.- le dijo ella con voz segura.
-Vale-dijo él mientras encogía los hombros y esperó a que ella cerrara.
Salieron a la calle. Era noche cerrada y hacía frío. Ella parecía encaminar sus pasos de manera segura. Sabía donde iba y él la siguió como un cordero que no sabe a donde va, pero sin miedo.
-Es aquí- dijo ella-
-Pero, si es una casa¡.-
-Claro, la mía. Y te aseguro que aquí se sirve la mejor última copa-
Por un momento a él le temblaron las piernas y estuvo a punto de salir corriendo pero no tuvo las fuerzas suficientes para hacerlo.
Entraron en la casa y ella le dijo que se pusiera cómodo. Puso algo de música de Billi Holiday, no demasiado alta, y le sirvió otra copa. -La última- le dijo. Y el cogió el vaso y, esta vez, lo bebió despacio.
Estaba allí parado, de pie, sin saber que hacer, y un calor horrible empezó a subirle por la espalda. No podía dejar de mirarla y a la vez no quería hacerlo. Cada vez que la miraba le parecía más bonita y deseaba besar sus labios pero sabía que aquello sería un error, una imprudencia. Si lo hacía ella podría partirle la cara. Y como hacerlo?. No sabía que decir ni como acercársela. Estaba tentado de preguntarle que demonios quería o porqué le había llevado allí. La situación empezaba a resultarle insufrible y empezó a sentir una angustia asfixiante.
Entonces ella se le acercó. Le quitó la chaqueta con suavidad y le pasó la mano por la frente. –Estás sudando- Por un momento vio como le temblaban las manos y se las cogió. –No voy a hacerte nada, no temas, hombre- y sonrió de aquella manera que hacía que le doliesen los músculos de todo el cuerpo. Entonces ella le besó muy despacio.
Una oleada de calor le subió desde los pies hasta la garganta. La miró a los ojos y le puso las manos en la cintura. –Eso está mejor, amigo- Y volvió a besarle. Esta vez no fue un beso tenue. Fue un beso lento, sensual, tibio. Sus labios jugaron con los de él hasta que consiguió que él respondiese. Se recreó con la lengua, con los dientes. Le mordisqueo despacio y suave los labios. Primero el inferior luego el de arriba. Para morderle un poquito más fuerte después.
Por un momento él perdió la noción del tiempo y del espacio. Todo su cuerpo se tensó para abandonarse después a aquel beso que lo había descolocado. Ella se había arrimado tanto a su cuerpo que podía sentir como respiraba, como su pecho subía y bajaba con su respiración, cada vez más rápida y profunda. Sintió como eran sus caderas y su cintura y su ombligo, y quiso morirse allí mismo. -No me puede estar pasando esto, dios mío, es imposible- Entonces ella se apartó lentamente mirándole a los ojos y observó como su respiración era agitada.
-Me pones otra copa- le dijo él. –No, no habrá más alcohol por ahora. Después- Y le cogió de la mano tirando de él suavemente mientras le guiaba a su habitación.

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