miércoles, noviembre 01, 2006

Miradas Nº 4 nominado

MIRADAS, de Ana González en su blog COSAS QUE DECIR, editado el 18 de octubre.
NOMINADO por Clara Estrella.
MOTIVO: porque me gustó mucho la forma de reparar en ese gesto repetido miles de veces en el día y con distintos significado...
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Hay miradas que saben a pan tierno, a galletas recién horneadas, a magdalenas mojadas en leche. Son miradas amplias, dulces, inocentes, frescas. Miradas de limón, canela y miel. Otras vienen con olor a tormenta, y son torvas, negras, desencajadas. Tienen el regusto de la afrenta, de la injuria, de la hiel. Son miradas venenosas, llenas de rencor y de amargura. Miradas airadas. Cuervos volando al atardecer.Hay miradas de arrobo, de sonrojo, de sofoco. Suelen darse entre la ardiente caricia de unas manos sabias y el aroma ajazminado de un pecho de mujer. Son miradas anhelantes, oblicuas, desesperadas. Guardan mensaje de futuro. Quizá también de ayer.Algunas rebosan de ilusión y de contento. De frenesí y de ingravidez. Miradas de loco gozo. De vino burbujeante sobre el mantel. Guardan el sabor de ese amor efervescente tallado a golpe de besos sobre la piel. Miradas de te necesito ahora o me muero. Miradas florecidas de urgencia, de madreselva y clavel. Hay miradas que no lo son. Que no hablan ni con los ojos ni con la razón. Miradas que te atraviesan. Miradas que no te ven ni se fijan en la estela que deja tu alma limpia y recién planchada. Miradas de indiferencia. Miradas de indolencia, de niebla y de desdén.Pero entre todas las miradas que te envuelven en sus hilos, en este ir y venir de la existencia diaria, hay una, una sola que a veces te toma desprevenida y te deja sin defensas, creándose una corriente que te hace palpitar, vibrar y perder la noción del tiempo durante los segundos que dura, sumergiéndote en una esfera luminosa de un placer cosquilleante, que te corta la respiración y que deseas que no acabe nunca. Tiene, a veces, tanta fuerza como ese beso que te incendia la boca y que te devora, puede que más que el roce de las manos que queman cuando las tocas, quizá más que la deseada unión de los cuerpos abrasados por el deseo, más que todo eso, en contadas ocasiones, es ese placer raro, furtivo, inesperado, que te da el que un día cualquiera, en el metro, en el tren, da igual dónde, te des la vuelta y veas unos ojos que te observan y tú le sostienes la mirada, uno, dos, tres, diez, veinte segundos... sin decir nada, sin moverte, sólo dejando que fluya esa corriente poderosa, ancha como un río embravecido, entre los ojos desconocidos y los tuyos, y casi te elevas, porque se está diciendo tanto, tanto, sin que las palabras hayan salido de los labios, que cuando desvías la vista y vuelves al suelo, a la realidad, ya no sabes ni lo que sientes, ni si ha sido verdad o ficción. Pero sí sabes que tú te has deshecho por dentro, y que has sido prisionera consentidora de todo lo que él, sin emitir un solo sonido, ha querido decirte. Y sabes que él, quien quiera que sea ese hombre, también ha permanecido bajo ese embrujo durante, digamos... una eternidad.Y después, titubeante, vuelves a caminar por el anden, por la calle, con la sensación de marchar entre algodones. Y te sientes huérfana de la mirada. Y te preguntas sin poderte responder. Después... lo olvidas, a él, pero la sensación permanece para siempre.Sostener la mirada a un hombre, a una mujer, es algo que aunque solo sea una vez en la vida, habría que hacer

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